Historias
Por casualidad
Siento que se me encoge el estómago. Salgo de mi sueño de manera repentina, pero no me muevo, solo abro los ojos y me doy cuenta de que sigue oscuro. No ha amanecido y probablemente todavía falten varias horas más para eso. No quiero moverme para no despertarte. Tu equipaje te espera en la planta baja, junto a la puerta. Me explicaste que era un viaje de emergencia, que no sabías cuánto tardarían en resolver el problema en la planta y que tenías que estar allá.
Reparo en tu cuerpo junto al mío y advierto tu respiración tranquila. Cierro los ojos otra vez y pienso en el día en que nos conocimos, en la suavidad de tu mano cuando nos saludamos por primera vez, en el contacto directo de nuestras miradas. Fue, en inicio, un camino agradable, siempre tomados de la mano y confiados el uno en el otro. Un camino corto comparado a lo que planeamos un día, pero la vida es así, uno cambia, otras personas llegan y de pronto nos roban el corazón que habíamos entregado a alguien más. No sé si despertarte o esperar a que el día siga su curso. No sé si confesarme contigo o dejar que me sorprendas.
En realidad todo fue una casualidad. Conocimos a los nuevos vecinos porque nuestro auto se descompuso frente a su casa y Pedro, al notarlo, salió a ofrecer su ayuda. María salió a hacerme compañía mientras ustedes levantaban el cofre del vehículo y buscaban resolver el problema. Solo nos vimos un par de veces más, sin planearlo, pero eso fue todo lo que se necesitó. Te equivocaste de destinatario, pero no te diste cuenta porque intuyo que enviaste el mensaje justo antes de apagar el celular y meterte a la cama. Yo estaba en la cocina haciendo las últimas tareas del día cuando sonó el timbre anunciando tu mensaje. Leí el texto cinco veces, no lo podía creer. No hay problemas en la planta, no es un viaje de negocios y no sabes cuándo vas a volver porque, supongo, no has tenido el valor de decirme a la cara que me dejas, que nos dejan. Entre líneas logro entender que Pedro no sabe lo que está pasando. Siento curiosidad por saber lo que María le ha dicho para abandonar su casa sin que él sospeche. No sé si despertarte y decirte que lo sé todo o dejarte dormir y marchar como lo has decidido. Se me encogen el estómago y el corazón. He decidido esperar a que amanezca, despedirte con normalidad y esperar el momento en que te des cuenta que el mensaje llegó al destinatario equivocado.
*MRAU/05052023
Esperanza
Llegué una hora antes de lo indicado. Estaba tan emocionada que no podía permanecer en calma, pero ya estoy aquí. El aeropuerto está lleno, y en esta sección todos estamos esperando a alguien. Se siente calor y a mis oídos llega un murmullo de conversaciones mezcladas. Alguien me empuja sin querer. ¡Claro! Todos queremos estar en primera fila para ver quién sale por las puertas. Preparé un letrero de bienvenida, pero la señora junto a mí trajo una enorme pancarta. Mmm… debí haber pensado en eso. Escucho los comentarios alrededor mío y deduzco que varios estamos esperando el mismo vuelo. Anuncian la llegada del avión anhelado, es cosa de minutos para que estés aquí.
Sale un grupo de gente y me estiro para ver que descubro, trato de escuchar conversaciones, notar referencias. Todos vienen de tu tierra, lo noto en las etiquetas de las maletas, así que tú debes de haber viajado con ellos. Mis compañeros de espera van dando grititos de alegría por turnos al tiempo que se van separando del grupo para abrazar al viajero esperado. Siento la calidez entre las personas aunque no me tocan y un poco de desánimo al no verte salir. Al poco tiempo me quedo con apenas un puñado de personas esperando. ¿Será que no subiste al avión después de todo?
Me separo un poco del grupo con un ligero malestar en el estómago. No sé si ir a preguntar por tu vuelo. Marcarte al celular es inútil, lo cancelaste antes de viajar y solo sé que tienes anotado mi número en una pequeña libreta que nunca abandonas. No fue buena idea que te quedaras sin celular, ¿cuándo se nos ocurrió eso? La angustia se empieza a sentir en mi estómago. Tengo que tranquilizarme, no eres de los que rompe su palabra, pero, entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué no vienes?
Miro la puerta de salida de los viajeros y miro alrededor de una forma rápida, varias veces y todas ellas con ganas de no perder nada de vista. Delibero mentalmente sobre qué hacer cuando giro la cabeza y veo, entre un grupo de viajeros, a una figura familiar. Respiro de nuevo y siento cómo la incomodidad en el estómago se transforma en una sonrisa que me brinca a los labios. Camino rápido y me ubico enfrente de ti. Te sorprendo por lo imprevisto de mis movimientos y veo cómo mientras te sobresaltas un poco enfocas tu mirada al verme antes de sonreír y decirme: “he llegado”. Te abrazo con entusiasmo, con un entusiasmo que varios años después sigue creciendo. “Bienvenido”, te digo.
*MRAU/02082022
Foránea
Pego la nariz a la ventanilla y siento el frío a través del vidrio. Mi respiración deja un halo de vapor estampado en mi imagen. El movimiento constante del autobús me arrulló gran parte de la noche y para mi sorpresa descansé como si hubiera estado en mi cama. Ah, ya la extraño y todavía no paso una noche lejos de ella. Amanece y el paisaje es un poco desértico, me gustará ver este lugar en verano, seguro habrá más verde, aunque no sea zona de abundante vegetación. Quisiera pintar lo que veo, hacer un cuadro que algún día pueda colgar en mi sala y en los días de lluvia, de esos en los que uno suele ponerse nostálgico, cubrirme con una cobija y con una taza de humeante bebida en mano pueda sentarme frente a él y recordar este día y los momentos en los que, como hoy, mi corazón se siente lleno de alegría y entusiasmo.
Mi compañero de viaje aún duerme. Es mayor que yo y muy serio. Apenas y me saludó cuando se sentó a mi lado. Un par de veces intenté entablar conversación con él, pero fracasé en ambos casos. Lo miro discretamente y noto algunas huellas de cansancio en su rostro. Las arrugas marcadas, los labios algo apretados, me hacen pensar que quizá no duerme en realidad. Ahora que lo veo con calma, le distingo un poco de preocupación aún en ese estado de semi inconsciencia. ¿Qué le pasará? Ups… nota que lo miro y por un segundo nuestras ojos se encuentran. Yo regreso al paisaje fingiendo que no pasa nada y él, aparentando lo mismo, se reacomoda en el asiento para abandonarse al sueño. Me encantaría saber qué le pasa, pero tendré que aceptar que no todo el mundo es parlanchín como yo. Es una pena. Estos viajes donde uno charla con los desconocidos son los mejores, uno puede decir lo que sea a sabiendas que su historia morirá en el olvido sin afectar a nadie.
El sol avanza al mismo tiempo que el transporte, por lo que nuestro destino está cerca. Abandoné mi hogar para empezar una nueva aventura. He crecido y me toca iniciar nuevos proyectos en solitario pero no sola. Tengo ganas de aplaudir, pero me contengo porque entonces sí, el señor de al lado pensará que estoy loca. Río para mis adentros porque me emociona llegar a mi nuevo empleo, conocer gente nueva, conocer lo desconocido hasta ahora. Seré “la foránea” que hará reír a otros con sus ocurrencias y la que se sorprenderá por las nuevas costumbres. ¿Esta foránea será algún día parte permanente de la comunidad? No lo sé… ¿me gustaría? Quizá…
Estamos entrando en la ciudad y no quiero perderme nada, quiero comerlo todo con los ojos para saborearlo después, muy despacio y poder contarle todo a la familia. ¿Huele a comida? ¿Será posible? No, seguro es mi imaginación. Tengo hambre y olvidé en el auto la fruta que me preparó mi madre. Espero que la encuentren para que no se eche a perder. Por fin entramos a la estación de autobuses, ¡me encanta! Se ve tan limpia y la gente que camina en el andén me llena de alegría. Siento una mirada y ahora soy yo la que voltea a ver a mi compañero de asiento. “¿Es tu primera visita a la ciudad?”, me pregunta como si retomara la conversación y yo le sonrío. “Sí”, respondo con más entusiasmo del que planeaba. Me sonríe mientras se acomoda en el asiento. No me dice más, pero su sonrisa es cálida y noto que mi entusiasmo le satisface. Quizá alguna vez nos volvamos a encontrar, ¿quién lo puede saber? El sonido del motor al apagarse anuncia que podremos descender del camión en cualquier momento. El chofer nos agradece la preferencia de viajar en la línea de transporte para la que él trabaja y nos da instrucciones para recoger el equipaje.
Quiero bajar primero, pero me controlo esperando a que el paso se libere. El vecino decide que es hora de levantarse para abandonar el transporte y siento que mis labios se curvan en una gran sonrisa. Ya de pie, se acomoda la chamarra, se pasa las manos por la cabeza con el afán de peinarse, se mueve un poco sin separar los pies del piso y me mira con curiosidad: “Espero que la ciudad te corresponda con el mismo entusiasmo que tú tienes. Buena suerte.” Me sonríe y se incorpora a la fila para salir. Soy la última en bajar y siento un poco de nostalgia de lo que dejé atrás, pero la ilusión por lo que vendrá es mucho más grande. Bienvenida, me digo, mientras espero que los deseos de aquel desconocido se hagan realidad.
Fin.
MRAU/022022
De paso
Cuento en dos partes.
Parte 1
Entro a la cocina por la puerta que da al pequeño patio detrás de la casa. Hemos quedado de vernos frente al banco hace más de una hora, pero no has llegado. Siento cómo dentro de mí empieza a aumentar la temperatura, mi estómago está poniéndose rígido y mi garganta secándose. Sabes que tengo el tiempo contado: me esperan en casa, me toca cuidar a mi madre y no estoy libre hasta pasado mañana. No me gusta enojarme contigo. ¿Dónde demonios estás? Grito tu nombre un par de veces, pero solo el silencio responde.
Me toco la cabeza con la mano derecha, pensando si no me habré equivocado y quedamos en otro lugar. Camino el espacio que sirve de sala-comedor para ver si te encuentras ahí, a sabiendas de que no hay nadie. Me paro en el umbral de la puerta para voltear a ver la cocina, reviso el espacio, ahora con calma. Se ve tu café servido en esa pequeña tacita transparente que tanto te gusta. Una raja de canela descansando en la mitad de la mesa me hace pensar que amaneciste triste. Cuando es así, te gusta tener cerca de ti este aroma, me dices que es el olor de tu hogar. Has estado nerviosa, ahora lo noto. Los granos de café regados sobre la mesa me dicen que has estado jugando con ellos de nuevo para tranquilizarte. Mil veces te he dicho que sería más fácil si fumaras. Estas extravagancias me desesperan, pero ¿qué le vamos a hacer? El café está frío, pero también está como si lo hubieras servido hace un momento, no le has dado ni un trago. Recorro la cocina con la mirada como si fueras a saltar de atrás de un trasto en el momento menos esperado. Fastidiado, me siento a la mesa a esperarte.
Es pequeña como todo ahí. Me parece increíble que te guste vivir en un espacio tan reducido. Pensaba que por gustarte tanto el bosque buscarías un espacio más amplio para vivir, un lugar donde no te sintieras apretada. Cuando nos conocimos, me impresionó tu amor por la naturaleza y la seguridad con la que te movías por el campo. Ahora, un par de años después, cuando pienso en ti, te veo parada junto a ese color tan rojo del fuego, con lenguas amarillas, con destellos naranjas y la madera seca ardiendo a todo lo que daba. Ingeniosamente colgaste una tetera, chiquita y ceniza, en una rama que enterraste en la tierra. Así, por casualidad, fue como nos conocimos: en el bosque, cerca de un pequeño arroyo. Nunca te lo he dicho, pero te veías bastante triste.
Me acerqué por curiosidad al escuchar una discusión, pero cuando llegué, y te vi sola, sentí curiosidad. Tenías los ojos vidriosos, ¿habrías llorado hace poco? No quise saberlo entonces ni lo quiero ahora. Me gustó tu amabilidad, tu risa pese a saber que no estabas contenta. Me enganché contigo sin saber cómo. ¿Te habrá pasado algo? Ha pasado media hora y no veo rastro tuyo. No me atrevo a revisar el resto de la casa, algo me impide entrar a la recámara en tu ausencia. Me siento irritado, no puedo esperar más. Tomo unos granos de café y los dejo caer dentro de tu taza. Me reñirás cuando lo descubras, estoy seguro. No me importa. Antes de salir, muevo una silla con brusquedad, como si lo hubiera hecho al levantarme con prontitud. Suspiro y salgo azotando la puerta como si pudieras oírme. Me espera la enfermera de mi madre para poder marcharse a casa a descansar dos días. Salgo pensando en llamarte apenas llegue a mi destino. Me voy con ganas de haberte dado un abrazo y con el olor a humo, de aquel día, en la memoria.
PARTE 2.
El edificio es altísimo. Esta zona de la ciudad, con sus altas construcciones, me hace sentir pequeña y no me gusta. Seguro que no tardas en llegar. Te esperaré en la acera de enfrente porque el policía me ve con recelo y no me gusta que me miren así. Según tú imagino esas cosas, pero te aseguro que este hombre siempre lo hace. Tengo frío. Apenas iba a servirme un café, llegó Andrés a buscarme a la casa. Andrés. Sí, el Andrés que tú no conoces y mucho menos sabes que existe. El Andrés que me abandonó en aquella excursión en el bosque, antes de que tú aparecieras. Ese día tenía unas inmensas ganas de llorar, pero tu presencia me lo impidió.
Me alegré entonces porque me distrajo de salir corriendo atrás de él, sin embargo, me acabo de enterar de que gracias a nuestro encuentro él no volvió a buscarme más. Habíamos discutido, una tontería que traíamos arrastrando desde hace tiempo y en esa ocasión le molestó más que nunca. Estábamos sentados al lado de la fogata y de pronto, gritando, se levantó para juntar la mayoría de sus pertenencias, meterlas en su mochila y dar media vuelta hacia el camino principal. Antes de llegar ahí, se arrepintió de haber discutido conmigo y regresó a buscarme. Fue cosa de mala suerte, un mal momento. Cuando regresó, desde unos metros de distancia, nos vio conversando y pensó que para mí era fácil sustituirlo con cualquiera. Nos escuchó reír y se enojó aún más, así que simplemente regresó por donde vino y se escondió de mí. Lo busqué muchas veces, pero en ninguna de ellas dejó que lo encontrara. Me partió el corazón. Andrés. Andrés con su sonrisa contagiosa y su espíritu aventurero. ¿Sabes que fue él quien me contagio de las ganas de salir de excursión al bosque? ¿Que la fogata que tanto me has alabado la preparó él? ¿Sabes que mi vida se detuvo cuando él no volvió?
Ya has llegado. Quiero cruzar la calle para saludarte, pero mis pies están clavados en el piso. No sé por qué me escondo entre dos autos estacionados para que no me veas. Apenas logro verte, pero noto que entraste al banco a hacer lo tuyo, sin esperarme. Está bien. Entre más rápido salgas, mejor para mí. Ha pasado una hora desde que saliste del banco y te ves nervioso. Miras el reloj por décima vez y sé que estas tratando de no enojarte por mi ausencia. Tienes el tiempo encima, pero perdí el valor de hablar contigo. Vete, por favor, vete para que yo pueda salir de mi escondite. Ahora sí la gente que pasa junto a mí empieza a verme raro. Al fin te pusiste en movimiento. Te sigo esperando que vayas a tu casa, a cuidar a tu mamá, pero no has tomado ese camino. No es difícil saber a dónde vas. Camino detrás tuyo con mucho cuidado para que no me veas. No es mucha la distancia, así que llegaremos pronto. Descubriste que la puerta principal de mi casa está cerrada con llave. ¡Soy una tonta!, me regaño golpeando mi frente con la palma de mi mano derecha. Dejé abierta la puerta de atrás. Hacia allá te diriges, caminando por el estrecho pasillo que rodea la casa para llegar directamente al patio. Espero que Andrés no haya regresado. Quiero explicártelo todo pero mis pies siguen pegados al piso. ¿Cómo decirte que no fuiste más que una tabla de salvación? ¿Que todos esos planes que tienes para nosotros son desechables para mí?
Tenía toda la intención de llegar a nuestra cita, pero el sonido del timbre rompió mi rutina. Me sorprendió que alguien me buscara tan temprano, así que me dirigí a la puerta con curiosidad. Cuando abrí, lo vi parado frente a mí. Sereno, con su camiseta de cuello alto y el suéter que le regalé en el último cumpleaños que pasamos juntos. Ante mis ojos y boca bien abiertos, me sonrió y le pedí que pasara. Nos fuimos directo a la cocina como siempre que llegábamos a casa. Retiró la silla que solía ocupar y se sentó toscamente. Comenzó a toquetear el contenedor de semillas y las vacío frente a sí mismo mientras hablaba. Jugueteó con los granos de café mientras me preguntaba cosas de respuesta rápida: ¿Cómo estás? Bien. ¿Vives sola? Sí. ¿Me invitas un café? Sí. Se lo serví y le acerqué el azúcar. Nos miramos un momento sin hablar, después de todo nos conocíamos más allá de las palabras. Cuando al fin me senté frente a él, me sonrío de nuevo mientras calentaba sus manos con la taza y miraba el líquido con curiosidad. No dije nada esperando que empezara a hablar.
Me contó de su recién adquirida esposa, de la vida que llevaba con ella y de sus planes para marcharse al extranjero. Fue a visitarme porque, según me explicó, todavía sentía amor por mí… al menos eso quería hacerme creer. Las lágrimas de aquel día en el bosque comenzaron a surgir. Sé cuánto odia que llore. Lloré con más fuerza. Se levantó, tomó del estante una raja de canela y lo puso, sobre la mesa, frente a mí. Comenzó a masajear mi la espalda para tranquilizarme. Todo el amor que le tenía se convirtió en odio en un parpadeo. Como no respondí, pateó la silla. Quedó separada de la mesa y así la dejó porque sabe que detesto que haga eso. Me gustan las sillas acomodadas. ¿Qué quieres? Así soy. Yo también me puse de pie. Agradecí su presencia con una sonrisa triste y le pedí que se fuera. Cuando cerró la puerta me enjuagué las lágrimas con el dorso de mi mano, como una niña. Acomodé las sillas para que no notaras que había ido alguien a verme. Pensé en ti y decidí adelantar mi salida para verte. Muchas veces me han dicho que un clavo saca otro clavo. No es verdad. Sigo suspirando por ese amor que pensé sería el que me acompañaría hasta mi vejez. Lo siento tanto, Carlos. Te miro y sé que tampoco podemos seguir así. Yo también me voy a ir. No sabía cómo decírtelo pero acepté un trabajo en otra ciudad. Consideré la opción de invitarte a ir conmigo pero he renunciado a esa idea. No eres tú el que me devolverá la ilusión y no tiene caso prolongar lo que no será.
Te veo salir de mi pequeña vivienda con expresión de preocupación. Es mejor así. Mi hermana recogerá mis pocas pertenencias y más adelante me las hará llegar. Adiós, Carlos, hasta el día en que, quizá, nos volvamos a ver.
Fin.
*MRAU/012022